Quiso que habláramos.
Yo no quería. Ella empezó. Decía cosas que se me clavaban como flechas, dolían. Cosas que yo guardaba muy adentro y que no compartía con nadie: mis miedos. De repente empecé a llorar, y sentí vergüenza, pero no podía parar. Ella entonces se calló, solo apretaba mis manos entre las suyas y las flechas fueron desapareciendo.
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