domingo, 17 de abril de 2011

Comiezos.

La Sombra- Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quisiera ahora ofrecerte ocasión para ello.

El Viajero- Alguien habla: ¿dónde? ¿quién? A mi me parece que me oigo hablar a mí mismo, pero con una voz mas débil que la mía.

La Sombra- ... ¿no te alegras de tener una ocasión de hablar?

El Viajero- Por Dios y por todas las demás cosas en que no creo, mi sombra habla. La oigo hablar, pero no lo creo.

La Sombra- Supongamos que es así, y no pensemos mas en ello. Dentro de una hora todo habrá concluido.

El Viajero- Eso es precisamente lo que yo pensaba, cuando en un bosque en los alrededores de Pisa vi primero dos y luego cinco camellos.

La Sombra- Bueno es que seamos tolerantes con nosotros mismos, los dos de la misma manera, una vez acallada nuestra razón; así no tendremos que emplear palabras ásperas ni agrias en nuestra conversacíón ni echaremos la culpa el uno al otro si acaso nuestras palabras nos fuesen incomprensibles. Si no se sabe responder completamente, basta con decir algo: esta es la condición que yo exijo cuando hablo con alguien. En una conversación un poco larga, el sabio dice al menos una locura y tres estupideces.

El Viajero- Tus pocas exigencias no son muy lisonjeras para aquel a quien se las haces.

La Sombra- ¿Es que habré de ser adulador?

El Viajero- Yo creía que la sombra del hombre era su vanidad, pero esta no preguntaría: ¿he de adular?

La Sombra- La vanidad del hombre, tal como yo entiendo de esto, no pregunta, como he hecho dos veces, si puede hablar, habla siempre.

El Viajero- Vengo observando, en primer lugar, que soy muy descortés contigo, querida sombra; no te he dicho ni una palabra, de cuanto me alegra escucharte y no solo verte. Tu ya sabes que me gusta la sombra como la luz. Para que haya belleza en el rostro, claridad en la palabra, bondad y firmeza en el carácter, la sombra es tan necesaria como la luz. No son enemigas; antes bien, se dan la mano amistosamente, y cuando la luz desaparece, la sombra se va detrás de ella.

La Sombra- Y yo aborrezco lo que tu aborreces: la noche, y amo a los hombres porque son discípulos de la luz, y me alegra la claridad con que se iluminan sus ojos, cuando conocen y descubren, ellos, los infatigables conocedores y descubridores. Esa sombra que proyectan todos los objetos cuando el rayode la ciencia cae sobre ellos; yo soy también esa sombra.

El Viajero- Creo comprenderte, aunque te expresas quizá un poco al estilo de las sombras. Pero tu tenías razón: los buenos amigos cruzan entre sí a veces, como signo de inteligencia, una palabra oscura, que para un tercero ha de ser un enigma. Y nosotros somos buenos amigos. Asi, pues, ¡basta de preliminares! Algunos centenares de cuestiones pesan sobre mi alma, y el tiempo del que dispones para soluionarlas quizá sea corto. Veamos, pues, de qué vamos a hablar con toda brevedad y con toda cordialidad.

La Sombra- Pero las sombras son mas tímidas que los hombres. ¿No le dirás a nadie el modo como hemos hablado?

El Viajero- ¿El modo como hemos hablado? Dios me libre de los diálogos escritos de largo aliento! Si Platón no hubiese sido tan aficionado a esta forma dialogada, sus lectores lo leerían con mas gusto. Una conversación que en realidad nos agrade, escrita y leída en un cuadro en que todas las perspectivas son falsas: todo es demasiado largo o demasiado corto. Sin embargo, ya podría escribir al público aquello "sobre lo cual" estemos de acuerdo.

La Sombra- Con esto me basta; pues todos verán en ellos tus opiniones, nadie pensará en tu sombra.

El Viajero- ¡Quizá te equivoques, amiga! Hasta ahora, en mis opiniones, se han acordado mas de mi sombra que de mi mismo.

La Sombra- ¿Más de la sombra que de la luz? Es posible?

El Viajero- ¡Ten seriedad, locuela! Mi primera pregunta exige ya seriedad

DISCULPA MI OSADÍA.